Tengo el mal hábito de pasar más tiempo del que debería creando fanfics en mi cabeza, imaginando escenarios que posiblemente nunca van a suceder.
A veces, me imagino encontrándome a Anna Wintour en mi librería favorita de Nueva York y saliendo de allí con un trabajo como editora en Vogue. Otras veces, me imagino lo fácil que sería mi vida si supiera usar la máquina lavaplatos que lleva cuatro años en la esquina de la cocina.
La mayoría de ocasiones me pongo a pensar en lo distintas que serían las cosas si Einstein en vez de haber hablado sobre la teoría de la relatividad, hubiera hallado la fórmula para hacer siempre las cosas bien. O al menos, para no darnos tan duro cada que nos equivocamos.
Vivo con ansias de encontrar algo que me tome por sorpresa en cada esquina y se podría decir que soy más romántica que el prêt-à-porter de Carolina Herrera SS22. Por eso, no deja de frustrarme cuando me veo cayendo en rutinas y patrones antiguos que me hacen correr en círculos.
¿Recuerdan que estaba leyendo Alicia en el País de las Maravillas? ¿Recuerdan en la película la escena de la carrera sin final justo después de salir del mar de lágrimas? De eso hablo: esa misma sensación, encapsulada en errores que no estoy exenta de cometer.
La semana pasada estaba tan ansiosa que, antes de llegar a casa, pasé por el mercado. En medio del torbellino de emociones que sentía por un mensaje del trabajo y una consulta médica a la que no pude ir, tener el control de decidir qué quería llevar a casa me brindó una calma impresionante. Como si a cada arándano, fresa o sabor de yogurt que colocara en el carrito, las cosas regresaran a su lugar.
No sé explicar el por qué de esta sensación, solo sé que al caminar a casa con la bolsa al hombro sentí una ola de alivio. Creo que ya llegué a un momento de mi vida donde hacer mercado me brinda una alegría que no sentía cuando era más joven y tenía que acompañar a mi mamá. ¿Quién se hubiera imaginado eso?
También por eso me aventuro a imaginar: porque hay cosas que nunca podría ni adivinar por más que intentara. Jamás pensé que terminaría enamorada de la moda (juro que mis fashion choices del 2012 eran algo… peculiares), ni que finalmente decidiría perseguir mi sueño de ser escritora o que sería amante del café todas las mañanas. Es curioso cuando intento predecirlo todo y aún así termino sorprendiéndome.
Imaginar tantas cosas y hacerme tantas fanfics mentales es el mecanismo de defensa que he inventado para estar en control de situaciones que van más allá. No puedo saber cómo va a reaccionar Anna Wintour cuando me vea y estoy muy segura que si me cruzara a Lindsay Lohan tendría que detenerla dos segundos para decirle lo mucho que admiro haber crecido con sus películas (y como Confessions of a Teenage Drama Queen es mi religión).
Incluso, estoy segura que las mejores cosas a veces surgen sin imaginarlas: a veces las deseamos tan en el fondo que ellas mismas nos encuentran cuando nos sentimos perdidas. Al fin y al cabo, el camino se conoce caminando – perdónenme la redundancia – y, a veces, como dice el gato de Cheshire: no importa qué camino tomes.
Me gusta tomarme por sorpresa, como cuando le respondí a mis amigas que si quería ir a ver House of Gucci a las 9 de la noche sin saber que iba a durar casi tres horas en el cine, o cuando decidí comprar el jean lila que me venia haciendo ojitos desde hacía un par de meses.
Creo que me gusta sorprenderme, pero poco, para entender que a veces también es necesario perder el control.
XOXO, IT Girl.