Atrevidos bloques de color para hacerse ver, agroestilismos de conexión popular, sastrería diplomática, uniformes políticos y hasta conciencia medioambiental. Isabel II también deja una herencia indumentaria que ha terminado por definir todo lo que es estilosamente británico

¿Cuántas veces puede cambiar el estilo de vestir de una persona a lo largo de su vida? Seguramente, unas cuantas más de lo que lo hizo el vestidor de la Reina Isabel II, la mujer que llevó durante siete décadas la corona británica. Durante su reinado, el más duradero de la historia de Reino Unido, quiso dar a la institución un sentido de discreción y continuidad, así como huir de los escándalos mediáticos, que habían sido indisociables de la imagen de su familia. Como ya sabemos, no fue capaz de lograr todo esto, pero sí demostró una voluntad de volcar esta intención en aspectos formales, estéticos, como la composición de su propio vestidor.

La pretensión de mantener una corona presente pero imperceptible, y que significase algo para el pueblo, era una quimera mucho antes de la llegada del día de su fallecimiento, cuando las luchas sociales, los movimientos decoloniales y la revisión crítica de la Historia gozan al fin de nuevas puertas de acceso y canales de divulgación. Pero en su armario, ese espacio dedicado a cocinar su personalidad pública, (una con más oportunidades para la imagen que para el discurso), era un espacio de control en el que sí podía reinar, precisamente, con ese estilo de liderazgo en segundo plano que las historias vinculadas a los miembros de su familia, y la memoria que cualquier monarquía arrastra en la actualidad, no le permitía.

CHRIS JACKSON

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Un estilo modesto, pero no sobrio. Ni tampoco tan austero como quería transmitir. Isabel II puede que haya sido la última reina europea que no se haya visto obligada a repetir constantemente prendas o a vestir de firmas low cost. Aunque repetía estilismos, cuando lo hacía el gesto era deliberado y significaba algo. Como la nota afectuosa que quiso poner al repetir el vestido que lució en su último retrato oficial con el Duque de Edimburgo. Su vestidora personal, Angela Kelly, se ha referido al cuidado que pone en la repetición de looks. “La vida útil de un look puede ser de 25 años”, escribía Kelly en su libro The Other Side Of The Coin: The Queen, The Dresser and The Wardrobe. “Le gusta adaptar y reciclar sus prendas todo lo posible. Después de dos o tres puestas, se convierten en familiares para la prensa, así que o las modifica o las deja para sus vacaciones privadas en Balmoral o Sandringham”.

Isabel II fue una mujer fiel a un estilo de vestir apegado a los estándares estéticos de la moda de mediados de siglo. Fue fiel también a sus diseñadores. Como fue el caso de Norman Hartnell, que diseñó su vestido de novia y el que llevó el día de su coronación, al que acudió tanto ella como su madre y su hermana, y quien fue nombrado finalmente caballero en 1977, dos años antes de su muerte. Fiel a su vestidora personal, Angela Kelly, que también diseñó algunos de sus estilismos. Fiel a sus icónicos bolsos Launer, muchos de los cuales conserva desde finales de los 60, según confesó el CEO de la firma, Gerald Bodmer, quien asegura que en lugar de reemplazarlos los manda arreglar. Y fiel a una pauta de estilo que se ha convertido no solo en su santo y seña, sino también en sinónimo de la moda modesta de factura británica.

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