A medida que vamos creciendo, vamos entendiendo cosas que antes no nos parecían tan claras: algunos crecen para entender las matemáticas y se vuelven unos duros en factorización, otros aprenden a identificar dónde queda cada constelación en el cielo; yo, por mi lado, entendí que ser vulnerable es una virtud – y no algo a lo que debería temer.
Cuando tenía 16 años me enorgullecía ser la amiga que era “demasiado sincera” – o como me gusta decirle: la amiga que no le pone trabas a su crueldad y utiliza la susceptibilidad de los demás como excusa para creer que no está haciendo algo mal. No sé por qué, pero mi hostilidad me hacía creer que estaba blindada: si hacía daño evitaba que me lo hicieran a mi.
Hoy, con algunos años más encima y libre del delirio de “mean girl” que me perseguía en la adolescencia, entiendo que mi hostilidad no pasaba de un mecanismo de defensa tan triste como yo lo estaba en aquella época. ¿Por qué me costaba tanto permitirme ser vulnerable?
La verdad es que, desde que tengo memoria, mi sueño ha sido ser una mujer poderosa y exitosa, tal como mi santísima trinidad del girl power: Lola Stepp, Samantha Jones y Sharpay Evans. Y hace poco me di cuenta de la pésima noción que tenía del poder: creía que para ser poderosa debía ser impiedosa, perfecta, intocable… de todo un poco, menos dulce, suave o vulnerable.
Viendo el lado irónico de la situación, entiendo que en realidad mi hostilidad hacía parte de una hipocresía tan grande que me cuesta creer que partiera de mí: que siempre fui tan minimalista con mis cosas – mis tatuajes, mi feed de instagram, mi ropa, mi fondo de pantalla, etc, etc, etc. – y nunca pensé serlo con mi propia vida. Siempre quise más: ser más brava, estar más molesta, verme más Perfecta (así, con P mayúscula), más, más y más.
Después de tanto tiempo, y pese a mis ganas de estar siempre en lo correcto, me di cuenta de lo equivocada que estaba. ¿Enserio ser poderosa involucra quemar puentes, imponer mi voluntad con palabras crueles, y aislarme porque ser brutal era más importante que ser real?
El verdadero poder es saber el momento de ser humanas: entender que nuestras opiniones no deben ser calladas – ni dichas en voz baja, como si nos avergonzaran – y si expuestas con firmeza. Que las palabras amables no nos hacen débiles, ni blancos fáciles y que la crueldad no es un rasgo sexy – en realidad está mandada a recoger.
Pero no puedo ser egoísta y, para ser honesta, todo lo que sé de la dulzura y todo aquello que me faltaba hacía años lo aprendí de mis amigas, de los hombres que me rompieron el corazón, de los extraños que me sonrieron en la calle y las personas que me han amado antes o después de aquella época.
Aprendí que ser vulnerable me enseñaría cosas hermosas: a llorar en el regazo de mi mejor amiga, a entender que mi carrera no era realmente mi sueño, a ir a terapia y a escoger mejor las personas con las que quería compartir mi vida.
Siempre he dicho que quienes me rodean me nutren de aquella dulzura que me faltó hace tanto, que mis amigas me enseñan día tras día de distintas maneras cómo hablar un nuevo lenguaje del amor, y sobre todo que no necesito ser brutal para ser poderosa, ni mucho menos para ser amada.
Porque si realmente quiero ser el main character, la mujer poderosa de mis sueños y hacerle honor a Kris Jenner tengo que aprender de la dulzura de Cher Horowitz, la ocasional fragilidad de Blair Waldorf, la fuerza de Kat Stratford, la espontaneidad de Donna Sheridan y simplemente llegar a los 30 como Jenna Rink: flirty and thriving – y le añado lo más importante y cliché, porque quién soy yo sin vivir empeliculada con la vida: feliz.
Así es como he podido entender que amarme, con defectos incluidos, no es un pecado. Es lo que me hace el partidazo que soy, es lo que realmente me convierte en una mujer poderosa: aceptar que mi vulnerabilidad, mi dulzura y mi ternura son mis rasgos más sensuales y que puedo ser brutalmente sensual sin dejar de ser poderosamente dulce.
XOXO, IT Girl.