Si hay algo que siempre me ha caracterizado a lo largo de mi vida es el talento que llevo conmigo para ser -en pocas palabras- una puta básica que vive inamovible con la vida, los clichés de las canciones de Taylor Swift y las viejas películas de Lindsay Lohan. . .
Porque en realidad ser una perra básica compone varias cosas: mi programa favorito es Gossip Girl, mi color favorito es el rosa, todavía no he superado a One Direction, el 90% de mi personalidad se basa en una mezcla entre Penny Hofstadter y Rachel Green y mi mayor sueño es comerme el mundo algún día construyendo mi propio imperio; porque ser una puta básica puede convertirme en amante de lo banal y lo superficial pero -alerta de spoiler- no me baja el coeficiente intelectual.
La verdad es que esa idea que nos vendieron desde pequeñas me ha arañado que para ser lolitas “valiosas” debemos medirnos por números, centrarnos en todo lo que no es nuestro cuerpo y que si algunos de nuestros objetivos a corto plazo son para teñirnos el pelo mono, ponernos los acrílicos o aprender a combinar nuestro maquillaje con nuestro outfit, somos menos: menos inteligentes, menos interesantes.
Como si todo fuera una ecuación inversamente proporcional de esas que nos enseñaban allá en octavo grado y a más vanidad, menos inteligencia.
Porque si hiciera una lista de cosas que no entiendo, justo debajo de la física cuántica, vendría de donde viene esa necesidad de sentirse siempre moralmente superior. ¿Desde cuándo tenemos que ser numéricamente perfectos para tener algún tipo de valor social? Ya es hora de que dejemos atrás ese complejo oceánico donde buscamos que nuestro rasgo más destacable sea nuestra profundidad y seamos como Miley Stewart y Hannah Montana: aceptemos que dentro de nosotros hay lo mejor de ambos mundos.
¡Sí! Soy esa mujer que cuenta los días para volver a arreglarse las uñas, que le encanta pintarse el pelo como un mono y siempre pregunta si es de rosa o de algún otro color pastel cuando va a comprar algo. Pero también soy esa mujer que trabaja día a día, que lucha por sus sueños y que cree en su potencial; porque aunque mis objetivos no son encontrar una vacuna para el COVID o descubrir un nuevo elemento químico, sé que son igualmente válidos e importantes.
Dejemos de comernos esa historia de que tenemos que ser una cosa. Que si nos importa el orden de nuestro feed de instagram, el color de nuestro delineador y nos hacemos cuentas a ver cuando nos lavamos el pelo para que encaje con nuestros planes, no podemos ser bichotas empoderadas que luchan por cambiar el mundo con sus proyectos
¡No más!
Demos la vuelta al dicho popular “sin mente como Barbie”, como si Barbie no tuviera más de 100 profesiones y oficios, y entendamos que dedicarnos a lo que nos gusta -aunque sea cantar canciones de RBD en lo más alto de nuestra voces mientras te haces frizz y te maquillas para tomarte fotos en casa – no nos hace menos que nadie; porque el tinte rubio puede decolorarse, el hierro puede quemar pero ¿puede reducir nuestro valor intelectual? ¡Ay no, nunca!
Hagámoslo por nosotros mismos, por nuestra salud mental; porque no hay nada peor que sentirnos enemigos de nuestro reflejo y vernos obligados a ocultar lo que nos hace únicos.